Comentario
La difusión del cristianismo en Hispania debe de enmarcarse en el contexto de la proyección que poseen en el Mediterráneo occidental los mencionados cultos orientales. Tradicionalmente, se acepta el origen apostólico de la propagación del cristianismo en Hispania; su fundamentación está constituida en gran medida por tradiciones de época posterior propias de la iglesia hispana, como ocurre con la pretendida evangelización por Santiago el Mayor o con la llegada de los Varones Apostólicos. No obstante, el único dato que permite sustentar una difusión temprana del cristianismo en época apostólica nos lo proporciona la propia declaración del apóstol Pablo en su Epístola a los Romanos, en la que explicita su intención de viajar a Hispania, lo que encuentra eco posterior en los escritos de Clemente Romano.
Los datos existentes sobre la difusión del cristianismo en la Península Ibérica durante el siglo II también son imprecisos, como ocurre con las referencias de Irineo de Lyon y de Tertuliano. En realidad, los primeros testimonios incontestables proceden de mediados del siglo III y documentan la existencia de comunidades sólidamente establecidas y organizadas en sedes episcopales en determinadas ciudades hispanas, como Emerita, Legio (León), Asturica y Caesaraugusta. Concretamente, la persecución de Decio tiene su proyección en Hispania y da lugar, como en otras provincias del Imperio, a apóstatas que realizan los preceptivos sacrificios a los dioses romanos, y a los llamados libellatici, que se libran de la condena mediante la correspondiente certificación de haber sacrificado a los dioses oficiales del Imperio. Entre éstos se encuentran Marcial, obispo de Emerita, y Basilides de la sede Asturica-Legio. La expulsión consecuente de estos obispos de sus comunidades propicia la consulta a Cartago y la contestación mediante la llamada epístola 67 de su obispo Cipriano, que nos documenta la organización y los conflictos de las iglesias hispanas en pleno siglo III. Con respecto a este asunto, Cipriano (A Felix, VI, 1-3, traducción de J. Campos) nos describe los siguiente: "Por lo cual, como escribís, hermanos carísimos, y como afirman nuestros colegas Felix y Sabino , y como otro Felix de Caesaraugusta, hombre de fe y defensor de la verdad, indica en su carta, habiéndose contaminado Basilides y Marcial del nefando certificado de idolatría, y Basilides, además, de la mancha del certificado, estando enfermo en el lecho, blasfemó contra Dios y reconoció que había blasfemado, y por el remordimiento de su conciencia depuso el episcopado espontáneamente y se entregó a hacer penitencia, rogando a Dios y dándose por satisfecho si podía comunicar como laico; y Marcial, por su parte, además de frecuentar por largo tiempo banquetes vergonzosos e impuros de los gentiles como miembro de una asociación y de enterrar a sus hijos en la misma asociación a la manera de los paganos, en sepulcros profanos y entre los paganos, ha afirmado en acto público, ante el procurador ducenario, que había obedecido a las órdenes de la idolatría y que había renegado de Cristo; y habiendo otros muchos y graves delitos en que están implicados Basílides y Marcial, por todo esto en vano intentan ejercer los tales las funciones del episcopado, siendo manifiesto que estos individuos no pueden estar al frente de la iglesia de Cristo ni deben ofrecer sacrificios a Dios..."
La difusión del cristianismo se efectúa mediante diversos procedimientos, entre los que deben de subrayarse la posible presencia de comunidades judías en las ciudades hispanas que facilitan originariamente la difusión del cristianismo en otras zonas del Imperio, las relaciones comerciales, o los propios movimientos militares. Entre éstos, se ha mantenido la posibilidad de que la Legio VII Gemina y las tropas auxiliares pudieron contribuir a su difusión tras su intervención en Mauritania. Semejante hipótesis se relaciona además con la teoría de un posible origen africano del cristianismo hispano, con el que se vinculan otros elementos indicativos posteriores tales como las analogías apreciables en los cánones de determinados concilios o en algunos elementos de la cultura material. El debate suscitado permite fundamentalmente concluir que la formación de comunidades cristianas en las provincias hispanas se produce mediante métodos diversos y desde distintos centros de difusión.